Después de casi un mes desde su triste inicio, los bomberos dieron ayer martes por extinguido el incendio forestal de Bejís. El fuego, que se originó el pasado 14 de agosto, ha calcinado casi 20.000 hectáreas en municipios de Castellón y Valencia. Este violento incendio amenazó uno de los monumentos más importantes de la comarca del Alto Palancia, la Cueva Santa de Altura.
Las llamas obligaron a la evacuación de decenas de vecinos y nos dejó una de las escenas más tristes que se recuerda. La del tren atrapado entre el fuego, con los pasajeros atemorizados e intentando escapar. Aquel suceso dejó a más de 20 personas con quemaduras y todavía se investiga qué ocurrió para que aquel convoy acabara metido en el infierno.
¿Qué pasó?
Nadie sabe a ciencia cierta que ocurrió para que aquel tren acabara en el infierno. Los pasajeros temieron por su vida. El pánico les hizo querer escapar, y cuando súbitamente las puertas del tren se abrieron, abandonaron el vehículo. Algunos de ellos acabaron con quemaduras y tuvieron que ser atendidos por los equipos sanitarios. Dos de los pasajeros fueron trasladados al hospital por quemaduras más graves.
Es imprescindible que se investigue a fondo qué ocurrió para que las puertas de aquel tren se abrieran. A día de hoy, nadie parece dispuesto a tomar responsabilidad después de este grave incidente ferroviario. Podría haber sido una absoluta tragedia. Un tren rodeado de llamas y con todos sus pasajeros en pánico. Parece la sinopsis de una película de acción, pero no, fue real. Real como la vida misma.
Estas cosas pueden ocurrir y todos debemos estar preparados para afrontar en condiciones óptimas situaciones de miedo y estrés. Este tipo de hechos no son muy frecuentes, es por ello que tendemos a pensar que algo así jamás nos va a llegar a pasar. Pero no somos invencibles ni tenemos inmunidad ante ningún problema de la vida. Cualquier imprevisto, por más lejano que lo veamos, puede llamar a nuestra puerta. Y lo hace cuando menos lo esperamos.
Ensayo, error. A la siguiente, acierto
Un mazazo llega a nuestra vida sin pedirlo, sin quererlo y sin que por supuesto lo merezcamos. Pero llega. Nadie es inmortal y estamos expuestos a cualquier prueba que nos quiera poner la vida. Como dice Dani Martín en una de sus famosas canciones, «la vida no avisa ni se hace tu amiga, nos reta y nos pone un examen al día». Cada día que vivimos es un auténtico regalo, pero también un examen. Como cualquier examen, nos sentimos en la obligación de superarlo con nota.
No tenemos por qué. Tenemos permitido flaquear y nadie nos puede culpar por ello. El examen que es la vida es el más duro que jamás tendremos. Mucho más que el examen más duro que podamos recordar de nuestra época universitaria. La parte buena es que de todos los tropiezos en la vida aprendemos. Ese aprendizaje se traduce en experiencia. Esa nueva sabiduría hace que a la siguiente oportunidad en la que nos vemos ante la misma situación actuemos de forma distinta.
Al actuar de forma distinta, el resultado también cambia y, por lo general, suele ser el esperado. En esta segunda ocasión conseguimos resolver de forma exitosa el problema que se nos había presentado. Algo que también nos hace sentir orgullosos de nosotros mismos. Vemos que hemos logrado sortear ese obstáculo con el que anteriormente habíamos tropezado.
Esto nos hace ganar en confianza y autoestima, lo que nos hace querernos más a nosotros mismos y afrontar nuestro nuestro día a día con absoluta seguridad. Los pasajeros de aquel tren se encontraron en una situación que no habían buscado y que nunca esperaban haber vivido. Actuaron de forma instintiva para salvar su vida.