jueves 23 marzo 2023

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La juventud, ese divino tesoro

Cuando somos jóvenes, en plena adolescencia y en plena efervescencia de hormonas, estamos enfadados con todo y con todos. No somos conscientes de la suerte que tenemos. Vivimos sin preocupaciones, sólo con la única tarea de ir al colegio o al instituto, hacer los deberes, estudiar y disfrutar de la vida y de las pequeñas cosas que nos regala día a día. Salir con nuestros amigos o descubrir el amor por primera vez…

Pensamos que nadie nos entiende y no tenemos en cuenta que somos unos privilegiados por el simple hecho de ya tener un techo en el que vivir. Un plato cada día encima de la mesa y ropa en el armario con la que vestirnos cada día son un auténtico regalo. Un niño o un adolescente hace de todo la más absoluta de las tragedias. Una simple caída nos produce un llanto inconsolable que sólo calman los mimos de mamá. Igual que el primer día de colegio parece que nos están llevando al frente de guerra. Todavía no sabemos que allí vamos a conocer a otra familia, la elegida.

Los amigos, la familia elegida

La familia elegida son los amigos, esos a los que conoces con tres añitos al entrar al cole y de los que no te separas ya en toda la vida. Con tus amigos vives grandes experiencias. Tu primera fiesta en una discoteca, te tomas tu primera cerveza y descubres lo que es el amor. Los amigos son esas personas a las que consideras hermanos de forma genuina, sin ambages, aquellos en los que puedes confiar y quienes saben si estás bien o estás mal solo con mirarte. A los amigos no puedes engañarlos con un «estoy bien» cuando por dentro estás roto. Ellos lo saben y no van a parar hasta saber qué te pasa, con el objetivo de intentar ayudarte.

Es en los momentos en los que tus padres no te dejan ir a una fiesta o a pasar el fin de semana en casa de una amiga o al cine con un amigo. En ese momento hacemos una montaña de un grano de arena, ya que pensamos que esa madre o ese padre que se preocupa por nosotros está en nuestra contra. Nuestros progenitores, pensamos, quieren separarnos de nuestros amigos, a los que pensamos que odian. Y eso no es así. Sólo buscan lo mejor para nosotros y protegernos para que nada nos roce. No quieren que pasemos por nada malo y por ello algunas veces no cumplen todos nuestros deseos.

Obligaciones de la vida adulta

Nuestra única obligación cuando somos jóvenes o niños es simplemente ser unos niños o jóvenes sanos y normales, educados, alocados y alegres. Todo esto cambia al ser adultos. En ese momento las prioridades comienzan a ser otras. Tenemos un trabajo y una casa que mantener, facturas que pagar e hijos que cuidar. No somos libres ya que tenemos unas obligaciones diarias que en la mayoría de casos son ineludibles.

La vida es complicada pero también maravillosa, ya que nos permite disfrutar de nuestros hijos. Esa sensación nos hace entender la felicidad y el amor que sentían y sienten nuestros padres por nosotros. También la preocupación. El bienestar de los hijos siempre es una máxima para los padres y sufren cuando nos ven mal. No lo pueden evitar. Ese es el verdadero amor.

Por ello, debemos valorar todo lo bueno que teníamos en nuestra juventud, el cariño que nos daban nuestros padres y la libertad que teníamos. Esa frescura y esas mariposas de la adolescencia y la juventud nunca vuelven y no está mal recordarlo para saber que hubo un tiempo en el que éramos transparentes y genuinamente felices.

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