Cuando de pequeña me llevaron por primera vez a un partido de fútbol sentí algo inexplicable. Fue en Castalia, la que ya es mi casa y donde disfruto siempre que puedo de mi C.D. Castellón. Ver a todo el estadio coreando para animar al equipo y vivir unos mismos colores y una misma pasión es algo precioso y que no tiene comparación con nada.
No lo intentes entender, el fútbol es un sentimiento, algo que está innato es nosotros y que se despierta a muy temprana edad. Es suficiente con escuchar el primer silbido del árbitro dando permiso para que comience a rodar el balón. Desde ese momento ya estás enamorado de este deporte. La adrenalina y el estrés que se descarga celebrando cada gol y cada victoria de tu querido equipo es inigualable y da una felicidad indescriptible.
Esas primeras veces
Siempre pienso que me gustaría volver a ser niña otra vez para experimentar de nuevo la sensación de entrar por primera vez a un estadio. Vivir por primera vez la magia de escuchar el himno del equipo mientras los jugadores acceden al terreno de juego por el túnel de vestuarios. Volver a escuchar al speaker cantando a voz en grito la alineación inicial del equipo ante una grada entregada. La encendida celebración del primer gol que ves marcar a tu querido fiel amigo en directo, la desmedida alegría tras el pitido final por la victoria conseguida…
Todo eso y más es lo que hace sentir el fútbol a millones de aficionados alrededor de todo el mundo. Personas que van a los estadios a pie como el que realiza la más ancestral romería. Una afición inquebrantable que espera cada domingo disfrutar de un espectáculo único que hace que se despierte en nosotros una pasión inusitada e irracional. Algo que para quien no es fan puede parecer poco menos que frikismo.
Hay quienes no entienden como ver a veintidós tíos correr detrás de un balón puede despertar esas emociones y paralizar una ciudad o un país durante horas. No lo entienden ni lo van a entender nunca. Va mucho más allá de todo eso. Es el ver que un gran grupo de personas comparte un mismo sentimiento, como las lágrimas corren por las mejillas de todos los presentes tras un gol.
Hermandad en los estadios
Es saber que en esas gradas tienes a un gran grupo de hermanos que, igual que tu, está ahí con la intención de remar en una misma dirección. Ver en directo a todo un estadio cantando gol al unísono es algo que, por más que quieras, no puedes olvidar en la vida. Un momento mágico en el que solo ves a tu alrededor gente sonriendo, saltando y gritando con sus brazos al viento. La viva imagen de la felicidad. Eso es el fútbol. Felicidad y lágrimas de alegría.
También está la otra cara de la moneda, esa en la que las lágrimas son de tristeza. Al fin y al cabo, el fútbol es una competición y los que pierden, descienden de categoría. El llanto inconsolado de los aficionados de los equipos que acaban en descenso es una de las imágenes más tristes de este deporte. Especialmente conmovedor es ver a los niños con lágrimas en los ojos mientras sus padres intentan aliviar su dolor.
El fútbol y el deporte es competición, compartir, esfuerzo, lucha y sacrificio, sabiendo que la afición nunca te va a fallar. Una pasión que hace que el corazón vuelva a latir y que el mundo vuelva girar en la dirección correcta, aunque sea por tan solo 90 minutos. Eso, ni más ni menos, es el fútbol. Una forma de vida, casi una religión.