sábado 10 junio 2023

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Déjala que baile

La polémica entorno a la fiesta a la que acudió la primera ministra de Finlandia, Sanna Marin durante sus vacaciones ha protagonizado los últimos días. Este hecho demuestra una vez más el clasismo y machismo de la sociedad. En pleno siglo XXI, parecemos incapaces de ver a una mujer triunfadora y empoderada disfrutando de su tiempo de ocio.

Cada persona tiene derecho a disfrutar de su libertad como le de la gana. El hecho de tener un cargo público no significa que una mujer, ni tampoco un hombre, deba permanecer encerrado o encerrada en su casa. Igual que para el resto de los mortales, poder salir y desconectar de su rutina es vital para ellos. No es justo que se tengan que quedar encerrados en casa por el miedo al qué dirán.

Vida pública

A un político sólo se le deben pedir cuentas acerca de su gestión como mandatario. Lo que haga fuera de su horario laboral al resto de la humanidad nos debería importar menos que nada. Es su vida y no nos concierne. Que la chica quiere bailar, que baile; quiere cantar, que cante; que quiere hacer el pino-puente que lo haga… Y así podría seguir hasta el infinito.

Lo que un político haga en su vida privada debe darnos absolutamente igual. No tiene importancia. Puede hacer lo que le de la gana, ya sea bailar, cantar o hacer el pino. Es en su actividad y en su labor pública donde debe estar el foco. Si cuando sale de su despacho quiere irse a un concierto, que se vaya. Que quiere irse a cenar con sus amigos, adelante. No es nuestro problema.

Lo que debe importarnos es que sea buena persona y buen gestor. Alguien en quien confiar el futuro del país y todos los derechos, servicios públicos y libertades que hemos ido ganando con los años. Nada más es relevante. Puede hacer de su capa un sayo si quiere. Cuando cruzamos la puerta de nuestra casa las personas públicas dejan de ser un personaje para convertirse en la persona. Ahí nadie que ellos no quieran tiene derecho a entrar.

Su casa es su reino y así debe seguir siendo. No tenemos por qué saber donde vive tal o cual famoso ni de qué color tiene tapizado el sofá. Eso es algo privado y que a nadie más que a ellos concierne. Aprendamos a respetar para ser respetados.

Diferente vara de medir

A una mujer siempre se la mira con lupa y cada uno de sus movimientos es escrutado con precisión de cirujano. Si ella sale a disfrutar y es vista gastando su tiempo de ocio, es juzgada y criticada. La opinión pública se lanza cual bulldog contra toda mujer que se sale de los cánones clásicos de sumisión, obediencia y buenos modales. Sin embargo, cuando es el hombre el que sale de fiesta no pasa nada. Para el resto de hombres es un héroe.

Si a un hombre no se le critica por disfrutar de su tiempo de ocio donde, cuando, como, con quien y como le de la gana, tampoco debería hacerse con una mujer. Las mujeres estamos hartas de sentir en la nuca el aliento acusador de una sociedad rancia. Aceptemos la libertad de todos y cada uno de los individuos, no solo la de unos pocos.

Lo que molesta a los clasistas y a todos aquellos que destilan olor a naftalina es que una mujer ha triunfado en un terreno que creen que es su coto privado. Además, piensan sus anticuadas mentes, después de cumplir más que sobradamente con sus obligaciones, tiene la desfachatez con sus amigos a divertirse y aliviar su estrés. Cómo dirían Alejando Sanz y Melendi, «Déjala que baile».

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